lunes, 11 de mayo de 2020

El cuento del Trinche.



Tomado  de   El  País  de  España.  

Había una vez una vez un futbolista muy singular de nombre Tomás Felipe Carlovich, hijo de un fontanero llegado de Yugoslavia, último de siete hermanos, nacido en Rosario, la tierra de Messi, Menotti, Bielsa y Tata Martino, y también la del Negro Fontanarrosa y del Che Guevara, “la ciudad moderna donde la historia asoma a cada paso” (Clarín), un lugar “purista” (Ángel Cappa), un sitio en que gusta “la lentitud” (Enric González), el mejor escenario para contar cuentos, advierte el propio Carlovich. A pesar de formar parte de las divisiones inferiores de Rosario Central, su equipo durante los setenta fue el Central Córdoba, de la Segunda División, y la única vez que fue convocado para un partido de la selección prefirió ir a pescar sin que se sepa si estuvo lejos o cerca del río Paraná.



jueves, 7 de mayo de 2020

22 de junio de 1986



Por Eduardo Sacheri

 Para junio de 1986 yo llevaba un año y un mes de novio con Gabriela, una morocha de ojos enormes y curvas inquietantes que me tenía absolutamente encandilado. Éramos chicos, eran otros tiempos, y su familia me ponía las cosas un tanto difíciles. En sus conversaciones, en sus permisos y sus prohibiciones, yo no conseguía traspasar la categoría de “amiguito”. Solo Gabriela –Gaby, como la llamaba todo el mundo- aludía a su “novio”. Ni su padre, ni su madre, ni su hermano mayor, utilizaban semejante calificativo para mencionarme. En realidad, supongo que me mencionaban lo menos posible. Y cuando lo hacían, era para unir mi nombre al de alguna prohibición. No, no podés salir el sábado a la noche con Eduardo. No, no queremos que Eduardo te visite en las vacaciones en Villa Gesell. No, no nos parece bien que vayas a la casa de Eduardo. No, no nos importa que en su casa estén su madre y su hermana. No, no estamos de acuerdo en que te pases media hora hablando por teléfono con tu amiguito Eduardo. Cosas así.